viernes, 19 de febrero de 2016

Vida de Galileo


Género: Teatro
Local: Teatro Valle Inclán. 
Autor: 
Bertolt Brecht
Versión: Ernesto Caballero 
Director: 
Ernesto Caballero 
Interpretes: 
Chema Adeva, Marta Betriu, Paco Déniz, Ramon Fontserè, Alberto Frías, Pedro G. de las Heras, Ione Irazabal, Borja Luna, Roberto Mori, Tamar Novas, Paco Ochoa, Macarena Sanz, Alfonso Torregrosa, Pepa Zaragoza

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Nadie puede ver mucho tiempo cómo dejo caer una piedra y digo que no cae, declara un optimista Galileo aunque, más adelante, constate una resistencia generalizada a admitir evidencias empíricas. Mide mal el poder de las creencias o, si se prefiere, de las conveniencias. Y es que, como dijo Einstein (sobre cuya figura Brecht también proyectó escribir una pieza), resulta más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.

En su primera versión, Brecht presenta a su protagonista como un perspicaz estratega que logra escribir y difundir los Discorsi, aunque para ello deba abjurar públicamente de sus investigaciones. La conocida frase pobre del país que necesita héroes enuncia ese posibilismo. Sin embargo, años más tarde, el autor corrige la última escena y es el propio Galileo quien declara abiertamente la gran infamia que ha supuesto su retractación: una imperdonable traición a la Humanidad. Entre una y otra versión la bomba atómica ha destruido dos ciudades japonesas. Brecht entiende ahora que la pureza de la investigación científica, su desaprensiva especialización de funestas consecuencias, parte precisamente de ese pecado original de las ciencias modernas.

El tema, pues, de la obra es el de la responsabilidad social de la Ciencia. Galileo, en principio, no concibe sus experimentos desvinculados de la idea de progreso social; sin embargo, el veto de las autoridades eclesiásticas le aboca a canalizar su creatividad a través de cauces más selectos y restringidos. Se convierte en un especialista.

También Brecht –el Galileo del teatro contemporáneo- pensó el arte como una herramienta para transformar el mundo; formuló innovadores planteamientos que desencadenaron cambios decisivos en nuestro modo de entender el hecho teatral. Tampoco pudo evitar el exilio ni la prohibición de sus obras. Y tal como el científico paduano pasó sus últimos días retirado en una casa de campo florentina bajo la complaciente tutela de la Inquisición, así podemos imaginar al dramaturgo alemán tras la Guerra, custodiado en su teatro de Berlín oriental por devotos feligreses de la Komintern, tratando de explicarse las limitaciones del nuevo sistema emancipador de la RDA.

En cualquier caso, lo que importa es que la obra de ambos ha prevalecido para dar un poco de claridad en nuestra noche, tan inexplicable aún.

Ernesto Caballero












sábado, 6 de febrero de 2016

Piano en blanco y negro tostado


Género: Jazz
Local: Auditorio Nacional

Interprete:  
Chucho Valdés

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Su apellido suena a piano, a bolero y a jazz, o lo que es lo mismo, simplemente a buena música. Fallecido Bebo, su padre, Chucho Valdés hoy se asoma al mundo como uno de los instrumentistas más regios de la última escena cubana, aquella que ha crecido en la tradición de la música popular caribeña y se ha hecho mayor al contacto con otras expresiones como el jazz. Hay quien opina que a Chucho el talento le viene por una cuestión de sangre, pero nada más lejos de la realidad. Sí, efectivamente, el amor por la música es una herencia familiar, pues no podía ser de otra manera, considerando el padre que tuvo, el pianista que más sabroso y despacito ha tocado jamás en Cuba y, si se nos apura, en el resto del mundo. Asunto bien distinto es el talento que mueve sus dedos, el pálpito creativo que fluye por sus venas y el pensamiento musical que bulle en su cabeza. Son dos metros de cubanía universal, recogidos en uno de sus más recientes álbumes, Border Free, que en su día él mismo presentara como compendio de las músicas que más le han influido y mejor le definen. El registro, grabado en su propio sello Comanche, contó con el respaldo rítmico de sus Afrocuban Jazz Messengers, una formación con la que en este tiempo ha recorrido medio planeta.
Figura central de la música cubana contemporánea, Chucho Valdés es un pianista exquisito con abundancia de ideas. Ya en los años 70 fundaba y tocaba en la banda Irakere y, a estas alturas, muchos de sus trabajos posteriores son parte de la historia y la discografía del jazz de cualquier tiempo y lugar. A piano solo, o acompañado por cualquiera de sus grupos, el músico elabora un discurso que mezcla modelos de jazz que crecen en el Malecón y también en Nueva York, con piezas arrebatadas a los más prestigiosos catálogos de la música clásica. Aquí comparece en el formato íntimo, valiente y sincero del piano solo, donde la posibilidad de la trampa o el atajo es inviable.
A Chucho, como a otras glorias del jazz latino, se le recuperó al mundo gracias al documental de ese Jerry Masucci español que es Fernando Trueba, Calle 54, donde tras largas décadas de menosprecio se situó al género en el corazón de la música popular universal. El eco de aquel sublime trabajo del cineasta madrileño apenas retrató las excelencias musicales de distintas generaciones de intérpretes cubanos y latinos, cuyas propuestas hablaban por sí solas de una altura artística y creativa que hasta entonces se había minimizado, cuando no malinterpretado, por culpa de ese otro fenómeno de masas que es la música de salsa. Así, la historia de Chucho Valdés y de otros tantos compañeros de viaje no es que se hiciera grande a partir de entonces, sino que simplemente, lo cual no es poco, se hizo visible.
Hoy nadie duda del valor pianístico y musical del hijo de Bebo Valdés, reconocido como está con distintos premios y galardones, y siendo como es una de las figuras recurrentes en las programaciones de los festivales más relevantes. Pero el camino no ha sido fácil. Irakere, su alter ego orquestal, sigue siendo un faro luminoso para las nuevas generaciones de músicos, y su pianismo un caudal de armonías y ritmos entregados a una de las emociones musicales más eruditas y gratificantes, aquella que nace en los campos de tabaco cubanos y se convierte en cultura mayor en las calles de esa gran ciudad que es el jazz.