Género: Teatro
Local: Teatro Valle Inclán.
Autor: Bertolt Brecht
Versión: Ernesto Caballero
Director: Ernesto Caballero
Interpretes: Chema Adeva, Marta Betriu, Paco Déniz, Ramon Fontserè, Alberto Frías, Pedro G. de las Heras, Ione Irazabal, Borja Luna, Roberto Mori, Tamar Novas, Paco Ochoa, Macarena Sanz, Alfonso Torregrosa, Pepa Zaragoza
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Nadie puede ver mucho tiempo cómo dejo caer una piedra y digo que no cae, declara un optimista Galileo aunque, más adelante, constate una resistencia generalizada a admitir evidencias empíricas. Mide mal el poder de las creencias o, si se prefiere, de las conveniencias. Y es que, como dijo Einstein (sobre cuya figura Brecht también proyectó escribir una pieza), resulta más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.
En su primera versión, Brecht presenta a su protagonista como un perspicaz estratega que logra escribir y difundir los Discorsi, aunque para ello deba abjurar públicamente de sus investigaciones. La conocida frase pobre del país que necesita héroes enuncia ese posibilismo. Sin embargo, años más tarde, el autor corrige la última escena y es el propio Galileo quien declara abiertamente la gran infamia que ha supuesto su retractación: una imperdonable traición a la Humanidad. Entre una y otra versión la bomba atómica ha destruido dos ciudades japonesas. Brecht entiende ahora que la pureza de la investigación científica, su desaprensiva especialización de funestas consecuencias, parte precisamente de ese pecado original de las ciencias modernas.
El tema, pues, de la obra es el de la responsabilidad social de la Ciencia. Galileo, en principio, no concibe sus experimentos desvinculados de la idea de progreso social; sin embargo, el veto de las autoridades eclesiásticas le aboca a canalizar su creatividad a través de cauces más selectos y restringidos. Se convierte en un especialista.
También Brecht –el Galileo del teatro contemporáneo- pensó el arte como una herramienta para transformar el mundo; formuló innovadores planteamientos que desencadenaron cambios decisivos en nuestro modo de entender el hecho teatral. Tampoco pudo evitar el exilio ni la prohibición de sus obras. Y tal como el científico paduano pasó sus últimos días retirado en una casa de campo florentina bajo la complaciente tutela de la Inquisición, así podemos imaginar al dramaturgo alemán tras la Guerra, custodiado en su teatro de Berlín oriental por devotos feligreses de la Komintern, tratando de explicarse las limitaciones del nuevo sistema emancipador de la RDA.
En cualquier caso, lo que importa es que la obra de ambos ha prevalecido para dar un poco de claridad en nuestra noche, tan inexplicable aún.
Ernesto Caballero