viernes, 18 de diciembre de 2015

El Alcalde de Zalamea


Género: Teatro
Local: Teatro de la Comedia
Autor: Calderón de la Barca

Versión: Álvaro Tato
Dirección:  Helena Pimenta
Interpretes:

REBOLLEDO: David Lorente
ESCRIBANO / SOLDADO 1: Pedro Almagro
VILLANO / SOLDADO 2: José Carlos Cuevas
LA CHISPA: Clara Sanchis
CAPITÁN DON ÁLVARO DE ATAIDE: Jesús Noguero
SARGENTO: Óscar Zafra
DON MENDO / SOLDADO / VILLANO: Francesco Carril
NUÑO / SOLDADO / VILLANO: Álvaro de Juan
INÉS / VILLANA: Alba Enríquez
ISABEL: Nuria Gallardo
PEDRO CRESPO: Carmelo Gómez
JUAN: Rafa Castejón
DON LOPE DE FIGUEROA: Joaquín Notario
REY / PELOTARI / VILLANO / SOLDADO: Egoitz Sánchez
PELOTARI / VILLANO / SOLDADO:Alberto Ferrero
VILLANO / SOLDADO: Jorge Vicedo
VILLANO / SOLDADO: Karol Wisniewski
SOLDADO / CHICO DEL TAMBOR: Blanca Agudo
VIHUELA: Juan Carlos de Mulder / Manuel Minguillón
CANTANTE: Rita Barber



Información adicional:
Como obra maestra del Siglo de Oro español y de la dramaturgia universal de todos los tiempos, El alcalde de Zalamea se resiste a la simplificación. Cada época, cada circunstancia, cada geografía, descubre en ella lo que necesita. La CNTC la ha puesto en pie en tres ocasiones y esta vez propone un nuevo acercamiento, con el afán de continuar desvelando al público lo que se esconde tras las palabras de Calderón.
Es difícil encontrar un texto dramático con escenas tan emocionantes y perfectas. El viaje de ida y vuelta de lo trágico a lo cómico parece una pirueta imposible. La respiración se detiene al avanzar de un lugar a otro, de un conflicto a su contrario, del día a la noche y buscamos tomar aliento en los momentos no tan lógicos que nos permite esta extraordinaria concepción del espacio y el tiempo.
Es una obra sobre el amor porque el autor pone el acento en el desamor. Es una obra sobre la justicia porque predomina la injusticia. Lo es sobre el honor como opinión de los demás, como virtud militar, o como conciencia y dignidad personal  y, con demasiada frecuencia y demasiado pronto, hacen acto de presencia el deshonor, el abuso, el fingimiento.
Y ¿qué decir de la excepcional construcción de los personajes? Contradictorios, como siempre en Calderón. También grandes, desenvolviéndose en medio de un turbión que se inició con los primeros versos de la obra, tratando de mantenerse en pie para llegar al final de su vida teatral trasladando al espectador la idea de que, a pesar de todo, la vida sigue.
Helena Pimenta

En un día.
Esta obra es pueblo vivo. Aquí se abren paso los versos a cuchilladas. Rueda el romance, fluye la música octosílaba como agua que cambia de estado y de forma según la escena y el personaje, sin transiciones, sin compases de espera. Transformación, vorágine, torrente. Agua de pueblo, romance casi puro, teatro claro y hondo, canción imperfecta y asonante, cuento de todos, obra coral y plural que, con sus miles de matices, se entiende y se siente a la primera, de golpe, en un día.
En un día, poco más, la tropa se aloja en un pueblo (¿o lo invade?), dos hombres duros se hacen amigos, una joven es raptada y violada, un hombre es ajusticiado y una villa se alza contra un ejército.
Pocas veces el teatro áureo fluye tan feroz, inmediato y activo como en este drama. Su eternidad de obra maestra es aromática, tangible, sabrosa. Hay campo. Hay un pueblo con su gente, sus sonidos, silencios y rumores. Hay una tropa que trae acero, canciones, miseria y barro. Hay una casa de labradores con su desván, su patio, sus amores y recelos. Hay hidalgos que pululan hambrientos, buscavidas que entonan jácaras, villanos que se alzan, rondas a la reja, duelos nocturnos, penas sumarias y un rey ex machina que reinstaura un orden lleno ya de sangre, despedidas y soledad. Todo sucede en tumulto ante nuestros ojos a tiempo real (si es que el tiempo no es siempre imaginario), sobre las tablas o a la vuelta del escenario, donde se oculta la violación y la muerte: cerquísima de nosotros. Se juega, se canta, se baila, se lucha, se llora y se muere en un día.
Si La vida es sueño susurra hondo al individuo sobre su papel frente al colectivo, El alcalde de Zalamea habla alto al colectivo sobre cada conducta personal. Habla de justicia. De un hombre contradictorio y lúcido que procura ser justo en un mundo que no lo es. De una mujer víctima de un hombre, un ejército, un país y unas leyes. De la violación de una persona, un pueblo y un orden civil, y del precio que cuesta hacerse responsable de no cerrar los ojos.
En algunas piezas calderonianas, los laberintos de la honra resultan lejanos a nuestra sensibilidad y entendimiento. Aquí, como nos razonaba el profesor José María Ruano de la Haza en su encuentro con el equipo artístico, honra equivale a dignidad y justicia. Todas las decisiones acarrean consecuencias. Como lectores y espectadores contemporáneos nos cabe añadir hoy el signo de interrogación al otro título de El alcalde de Zalamea: ¿El garrote más bien dado?
Dos palabras de moda nos venían a la boca al hablar de Pedro Crespo: asertividad y resiliencia. Hablando llano, Crespo es un hombre que piensa antes de actuar, que busca soluciones y que aguanta los reveses. Si tragedia es destino, Crespo es anti-trágico porque fabrica su propio destino, como Celestina o Alonso Quijano. Un alcalde paga el precio de su lucidez; ¿hace falta explicar por qué nuestra sociedad necesita esta obra?
La presente versión quiere lustrar el oro del verso calderoniano, con respeto pero sin reverencia, para que llegue al público el agua clara y directa de su poesía activa, limando aquellas palabras o expresiones hoy opacas o confusas, lijando ciertos pasajes para clarificarlos, descubriendo relaciones y correspondencias entre personajes y escenas, y dejando también espacio a lo que Juan Mayorga llama nostalgia de la lengua: el óxido de nuestro idioma viejo y precioso.
Pocas veces nos es dado trabajar junto a nuestros maestros. A mi maestra Helena Pimenta debo estos meses de cómplice pasión calderoniana y esta inmersión en la pequeña gran Zalamea de cultura española que es, desde hace décadas, la Compañía Nacional de Teatro Clásico. A la sombra de tal equipo y de una creadora tan entusiasta y generosa es fácil atreverse a crecer y gozar del camino. El principio de nuestra versión, tanto en la dramaturgia como en la puesta en escena, es pura Pimenta: la búsqueda de esencias, sentidos y sensaciones, jugando sin miedo cerca del territorio simbólico y poético del auto sacramental para que Zalamea sea vecina de cualquier pueblo del mundo.
De una sola vez a incendio/ crece una breve pavesa, dice el capitán refiriéndose a su repentina obsesión por una villana y a la esperanza de obtener su favor, pero podría referirse a este drama y su marea de inagotables versos llenos de vida que avanzan a dentelladas por la imaginación y la conciencia de cada espectador. Acción, humor, deseo, rencor, juego, desgarro, lealtad, delación, cariño, dolor, amistad, odio, poder, soledad… Todo en un día.
Álvaro Tato 





 










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