sábado, 29 de febrero de 2020

Marcin Wasilewski Trio

Género: Jazz
Local: Auditorio Nacional

Interpretes: 
Marcin Wasilewski, piano
Sławomir Kurkiewicz, contrabajo
Michał Miskiewicz, batería

Información adicional:

Entre caricias sonoras y susurros de libertad

Hace tiempo que la escena polaca no deja de sorprendernos, es más, de abrumarnos ante tanta excelencia jazzística. El joven pianista Marcin Wasilewski (Sławno, 1975) es, en la actualidad, uno de sus músicos más representativos, por no decir el principal. Su pensamiento jazzístico se expande con hechuras camerísticas y fraseos melódicos de una belleza que empequeñece al oyente. Hay una atmósfera emocional muy particular en todas sus interpretaciones, paisajes sonoros de una cadencia paradójicamente muy intensa, ideas en el aire que quieren y acaban siendo distintas a todo lo demás. No extraña que el pianista sea hoy uno de los grandes embajadores de esa discográfica con denominación jazzística propia, la alemana ECM, de ese productor visionario y cazador de talentos que es Manfred Eicher. Será precisamente el temario registrado en ese sello el que mayormente acometa junto a los miembros de su trío, bueno, en realidad, sus ya viejos amigos y compañeros de viaje Sławomir Kurkiewicz, al contrabajo, y Michał Mis´kiewicz, a la batería. Entre los títulos de la escudería de Múnich, seguramente harán parada en las composiciones de uno de sus más recientes trabajos, Live, un directo grabado en Bélgica y publicado hace ahora dos años. El álbum fue precedido por un explícito deseo del trío de rendir homenaje a uno de sus mentores, el trompetista y todavía añorado Tomasz Stan´ko, jazzista mayor de Polonia y segunda personalidad musical de aquellas tierras tras el también pianista Krzysztof Komeda.
Este directo incluye buenos títulos registrados en su fabuloso disco Spark of Life (ECM, 2014), con toda probabilidad, el trabajo que los catapultó a la cimera del jazz europeo e internacional. El trío de Wasilewski entrega dibujos melódicos elegantes y sutiles, bien sujetos rítmicamente, pero siempre en busca de una poética. Las comparaciones con otros «pianismos» elevados, léase los de Keith Jarrett y Brad Mehldau, son tan justos como necesarios para entender los recorridos por un teclado que, a su manera, también quiere ser distinto, tanto cuando echa mano de su propia inspiración como cuando coloca en los atriles versiones de autores ya de por sí singulares: Paul y Carla Bley, el mencionado Komeda, Hancock, Hermeto Pascoal, Björk, Wayne Shorter, Sting, Morricone… Todo en él acaba siendo una caricia sonora, un susurro jazzístico.
En sus inicios, el trío tomó el nombre de Simple Acoustic Trio, que guarda una especial relación con la afición española, pues, bajo esta marca, se alzaron en 1996 con el primer premio del concurso europeo de grupos del Festival Internacional de Jazz de Getxo; ya entonces el jurado del certamen vizcaíno alumbró la búsqueda de nuevos lenguajes y vocablos jazzísticos en la reunión. Hoy, queda claro, los hallaron y, lo que es mejor, siguen tras esa nueva literatura que amplíe los márgenes del sortilegio creativo del jazz. Eso sí, ahora como Marcin Wasilewski Trio.

Pablo Sanz









domingo, 9 de febrero de 2020

Paz y Planetas

Género: Concierto
Local: Auditorio Nacional
Interpretes: 
Orquesta y Coros Nacionales de España
Director: Eiji Oue

Solista
Jane Archibald, Soprano
Benjamin Appl, Barítono

Programa:


Ralph Vaughan Williams (1872-1958)
I. Lento (Agnus Dei)
II. Allegro moderato (Beat! Beat! Drums!)
III. Reconciliation. Andantino
IV. Dirge for two veterans. Moderato alla marcia
V. The Angel of Death has been abroad
VI. O man greatly beloved

Gustav Holst (1874-1934)
I. Marte, el portador de la guerra. Allegro
II. Venus, el portador de la paz. Adagio
III. Mercurio, el mensajero alado. Vivace
IV. Júpiter, el portador de la alegría. Allegro giocoso
V. Saturno, el portador de la vejez. Adagio
VI. Urano, el mago. Allegro
VII. Neptuno, el místico. Andante – Allegretto

Información adicional:

COLEGAS Y, SIN EMBARGO, AMIGOS

Ralph Vaughan Williams y Gustav Holst se conocieron en 1895 en las clases de composición de Charles Villiers Stanford en el Royal College of Music londinense. Interesados por la renovación de la música inglesa —de cuya mimetización romántica era su maestro el máximo exponente— viajaron juntos buscando canciones populares y melodías tradicionales de raigambre antigua e investigando en repertorios pretéritos. Amigos durante el resto de sus vidas, hicieron que sus descubrimientos y su talante influyeran decisivamente en la música inglesa del siglo XX dándole un carácter inconfundible a través también de la integración de lo popular y del paisaje, de la consolidación de ese tono idílico o pastoral tan propio y, naturalmente, de la excepcionalidad de sus mejores páginas, dos de las cuales aparecen en el programa de este concierto.

Ralph Vaughan Williams: Dona nobis pacem

El padre de Ralph Vaughan Williams (Down Ampney, 1872-Londres, 1958) era un pastor anglicano y su madre sobrina de Darwin. Socialista, pacifista y agnóstico, para él, como señala Elizabeth-Janet McGuire, “la espiritualidad era un aspecto contemplativo de la vida al que se podía acceder más fácilmente a través de la estética. Su percepción de lo trascendente estaba íntimamente relacionada con la percepción de lo bello. El lenguaje religioso y la militancia en una iglesia determinada no eran lo importante. En cambio, accedió a lo trascendente a través de la belleza inherente a la música que escuchó tanto como a la música que compuso. De esta manera, Vaughan Williams se separó de la forma de vida cristiana que formaba parte del tejido de la cultura inglesa de su tiempo. Dio por sentada su educación cristiana al crear su propia interpretación de lo que hay más allá de este reino terrenal”. Unas palabras que, sin duda, nos sitúan muy bien frente a su Dona nobis pacem, reveladora de lo que era el componente espiritual en un compositor, por otra parte, autor de uno de los grandes corpus sinfónicos del siglo XX.
Dona nobis pacem fue estrenada en Huddersfield en octubre de 1936 por la Huddersfield Choral Society y la Hallé Orchestra dirigidas por Albert Coates. La fecha es bien significativa, pues se trata de un momento en el que a la consolidación del régimen nazi en Alemania se une el inicio de la Guerra Civil española y todo parece conducir tarde o temprano a la conflagración mundial que sucederá poco tiempo después. Vaughan Williams había vivido la Primera Guerra Mundial sirviendo en el Royal Army Medical Corps y sufriendo la muerte de algunos de sus amigos poetas y músicos. Sin duda ese recuerdo está en Dona nobis pacem aunque no a través de los versos de alguno de aquellos —recordemos que Benjamin Britten acudirá veinte años después, en su War Requiem, a Wilfrid Owen— sino de los para él siempre tan queridos de Walt Whitman, referidos, sin embargo, a la Guerra Civil Americana. De hecho, de los seis movimientos en que se articula, la mayor parte de su texto corresponde a Whitman, enmarcado por la liturgia católica —el Agnus Dei del inicio—, la Escritura —Miqueas, Levítico, Salmos, Isaías, Daniel, Ageo, Evangelio de San Lucas— y hasta unas pocas líneas procedentes de un discurso del político pacifista John Bright en la Cámara de los Comunes contra la Guerra de Crimea. Recordemos de paso, y como indicación de la excelente estirpe intelectual de Vaughan Williams, que este conocería la poesía del americano en 1892 —casi veinticinco años después de su primera antología aparecida en Inglaterra, publicada por William Michael Rossetti y poco grata a los ojos de su autor— por recomendación de Bertrand Russell cuando los dos eran compañeros en el Trinity College de Cambridge.
Dona nobis pacem es, a la vez, un réquiem —Dirge for Two Veterans, que Vaughan Williams ya había escrito en 1911 y al que Holst pondría música también en 1914— y una súplica, una muestra de ese anhelo —animado por la reconciliación pero amenazado por el Angel de la Muerte— que enseguida se verá frustrado por el devenir de la historia. Para Alain Frogley, hay una evocación del Réquiem de Verdi en el tratamiento de la palabra dona al inicio y en el Beat! Beat! Drums! —que le recuerda el Dies Irae de aquel y que no deja de evocarnos el posterior de Britten— con que arranca el segundo fragmento de la obra que posee el carácter descriptivo de aquello que sus propios oídos escucharían seguramente en los frentes de batalla del Continente. El cierre de la composición es un enorme esfuerzo porque la esperanza —eso que va mucho más allá de ese optimismo que hoy parece haber ocupado su lugar— se imponga. Y para que nada parezca forzado, Vaughan Williams respeta al oyente y se respeta con un gesto musicalmente admirable como es hacer que todo concluya no en la plenitud sonora que parece se nos anuncia sino con ese ruego de la soprano que conduce al silencio.

Gustav Holst: Los planetas, opus 32

De familia procedente de Riga, Gustav Holst (Chentelham, 1874-Londres, 1934) estudió con Stanford, tocó el trombón, dirigió coros —por ejemplo el Hammersmith Socialist Choir en casa de William Morris— y orquestas de escuelas de señoritas —en Dulwich y también en Hammersmith—, aprendió sánscrito y tuvo que ser durante mucho tiempo un compositor de fines de semana y de verano por mor de la necesidad de la enseñanza como medio de vida. Dio conciertos para las tropas británicas movilizadas en Europa durante la Primera Guerra Mundial y no vio el éxito hasta el estreno de Los planetas en un concierto semiprivado, con Adrian Boult dirigiendo a la Queen’s Hall Orchestra, en Londres, el 29 de septiembre de 1918.
Los planetas —que iba a haberse titulado Siete piezas para gran orquesta, lo que da idea de que a su autor le interesaba más cada parte que su suma— surge del interés de Holst por el significado de los astros, lo que no quiere decir que se dedicara con intensidad a la astrología o creyera decididamente en ella aunque, según su hija Imogen, sí conocía los entonces muy populares libros sobre el tema de Alan Leo. Más bien le parecía un asunto que había interesado desde siempre a la humanidad y, por tanto, no despreciable. No se trata, en sentido estricto, de música programática aunque tampoco deja de apelar a determinadas “cualidades” significadas por cada planeta, pero sin hacer de ello, ni mucho menos, la intención de la partitura. A Holst le interesa la música sin más y desde ese punto de vista hemos de situarnos ante lo que es incuestionablemente una obra maestra. Así, Colin Matthews relaciona al Holst de Los planetas con el Debussy de los Nocturnos, el Stravinski de El pájaro de fuego o el Schoenberg de las Cinco piezas para orquesta.
El arranque no puede ser más impresionante. Marte, el portador de la guerra fue terminado en julio 1914, justo, pues, cuando se declara la Primera Guerra Mundial pero parece ser que sin relación anímica con los temores propios del caso. La eficacia es absoluta de principio a fin, desde el sostén del tema principal al tema mismo y su desarrollo, a la vez pleno de misterio y grandeza hasta llegar a ese grupo de acordes secos que lo concluyen. Venus, la portadora de la paz se mueve en un clima completamente distinto, transparente, luminoso, con algo de feérico. Mercurio, el mensajero alado, es como un Scherzo juguetón y pimpante, con protagonismo esencial del colorido aportado por celesta y arpa. Magnífico el diálogo de las maderas y el subsiguiente crecimiento de la intensidad a través de las cuerdas en unos compases que recuerdan inevitablemente al Debussy del Preludio a la siesta de un fauno y El mar. Júpiter, portador de alegría, es una muestra, como Marte, de la capacidad de Holst para la administración de la energía interna en el discurso a través de una sucesión de temas que le confieren una extraordinaria dinámica interna. Tras la presentación de cuatro de ellos —extraordinaria la marcha que aparece en tercer lugar—, y precedido de una fanfarria con timbales y del segundo variado, surge una suerte de himno que ha llegado a ser, sin que Holst lo pretendiera, uno de los epítomes de la música inglesa en su versión nacionalista y que procede de una composición anterior sobre I vow to thee, my country de Cecil Spring-Rice. A partir de ahí, es decir, la otra mitad del fragmento, asistimos a una admirable lección de cómo volver a decir lo que ya ha sido dicho. Saturno, el portador de la vejez, la preferida de Holst, procedente de su coral Dirge and Hymeneal sobre un texto de Thomas Lovell, es un ejemplo magistral de cómo desarrollar un discurso sin tema fijo o, mejor dicho, con una melodía fluctuante, inasible, hasta llegar a un motivo melancólico, una marcha fúnebre, que va creciendo hasta un clímax opresivo en el que la percusión añade una nota entre brutal y sarcástica. Volveremos a una mínima luz en un episodio conclusivo que puede recordar por momentos, curiosamente, el Amanecer de Dafnis y Cloe de Ravel. Urano, el mago se abre con una fanfarria que introduce una marcha de tono sarcástico y brutal al mismo tiempo, a la vez evocador de El aprendiz de brujo de Dukas y del Dies Irae y que se impondrá implacablemente hasta su clímax. Arpa y cuerdas protagonizan un mínimo descanso que conduce a un oscuro final. En Neptuno, el místico volvemos a la melodía inconclusa, a un clima que no se hace sólido y que permanece en una especie de sutileza absoluta a la que colabora una orquestación en la que destacan arpa, celesta y las notas altas de la cuerda. El coro femenino, desde fuera del escenario, entra sin palabras en pianissimo —como está escrito todo el fragmento en realidad— y la música se extingue casi impalpablemente.

LUIS SUÑÉN

viernes, 7 de febrero de 2020

Caminero Quinteto

Género: Jazz
Local: Auditorio Nacional

Interpretes: 
Pablo Martín Caminero, contrabajo
Moisés P. Sánchez, piano
Ariel Bringuez, saxos tenor y soprano
Toni Belenguer, trombón
Michael Olivera, batería

Información adicional:

Música con andares y caminos propios

Tiene nuestro país mucho talento silencioso, aunque, en el caso del protagonista que nos visita, ya ha dado algún rugido que otro. Bueno, pensándolo bien, el contrabajista Pablo Martín Caminero (Vitoria, 1974) hace tiempo que viene haciendo buen ruido, pues, sin pretenderlo, se ha convertido en uno de los líderes creativos más imaginativos e inteligentes de ese sentimiento musical cercano que es el jazz-flamenco, o flamenco-jazz, que, cuando se entrega con sinceridad, lo mismo da. Asimismo, es uno de los capitanes indiscutibles de la actual armada jazzística española y un músico que amplía los horizontes de su inspiración a disciplinas como la danza, en la que destaca su deliciosa colaboración con la bailarina japonesa Tamako Akiyama. Sí, estamos ante un creador total, cuyas excelencias musicales son superadas felizmente por sus conceptos artísticos y culturales. Acude a este Auditorio acompañado de amigos que, de manera individual, se reivindican como maestros de nuestra escena: el pianista Moisés P. Sánchez, el saxofonista Ariel Bringuez, el trombonista Toni Belenguer y el baterista Michael Olivera; sin caer en la hipérbole, nadie puede discutir que cada uno de los vértices instrumentales de este quinteto está protagonizado por alguno de sus más avezados intérpretes: conforman un grupo difícilmente superable.

Martín Caminero ha demostrado de sobra poseer un instinto musical afilado y audaz, muy transversal, algo a lo que, sin duda, ha ayudado su sólida formación clásica, su amor por el jazz y su pasión por el flamenco. Es decir, por su incorruptible compromiso con la buena música, pues existen pocos artistas en nuestro país con una fidelidad tan extrema por la cultura mayor, por un caudal de sentimientos y emociones reconducido hacia ese lugar donde la vida es un poquito mejor. Sin perder de vista este objetivo, el contrabajista ha ido haciendo camino a su manera, esto es, por «camineras», que diría el musicólogo Faustino Núñez, superando retos como el de elaborar un gran songbook del jazz-flamenco, que recientemente se ha plasmado bajo el título genérico de Flamenco Standards, junto con el trompetista Enriquito, el guitarrista y «tocaor» Rycardo Moreno y el baterista Marc Miralta. Y es que ya se ha sugerido: Martín Caminero piensa y siente la música antes de entregarla, no es artista de gesto gratuito y fútil.

Regresa este caminante a las sendas del jazz-flamenco con material totalmente nuevo, registrado en su último álbum Bost, «cinco» en euskera, dado que es su quinto trabajo como líder en alineación de quinteto: se arranca con un tema de 5/8, incluye muchas quintas en los metales… Estreno oficial, pues, de lo nuevo de este vitoriano de mundo, que es prolongación musical de lo ya andado y hecho en compañía de viejos amigos, pero que no por ello evita situarnos ante el umbral de otra dimensión del jazz-flamenco; es lo que tiene el chico, que no es que haga camino al andar, sino que anticipa caminos por los que habremos de transitar mañana. Arranca fabulosamente el año para Caminero, al que le aguardan citas importantes como la que ya tiene apalabrada en el Ciclo de la NDR de Hamburgo. Pero, antes, primera parada, en el Auditorio Nacional. Un lujo.

Pablo Sanz